Ulpiano Checa (Pintor)
Ulpiano Fernández-Checa y Saiz
Ulpiano Checa nació en Colmenar de Oreja (Madrid) el 3 de abril de 1860. Desde muy pequeño manifestó tener cualidades para el mundo del arte. Con trece años conoció, en su pueblo natal, a D. José Ballester, marido de una vecina de Colmenar que era propietario del Café de la Concepción en Madrid. Este acontecimiento cambió el rumbo de su vida. Tras consultar a Luis Taberner, artista reconocido en Madrid, Ballester decidió traer a Ulpiano a la capital con su familia para que comenzara sus estudios artísticos. Durante sus años de formación estuvo arropado por su protector y por Luis Taberner quien, con el tiempo le consideraría su discípulo.
En 1873, ingresó en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid y dos años después, en 1875, ingresó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Durante los años de formación recibió instrucciones de Alejandro Ferrant, Federico Madrazo, Manuel Domínguez, y Pablo Gonzálvo. Fue un alumno aventajado, lo que le llevó a conseguir dos becas en la sección de pintura de historia y una plaza como profesor adjunto en la asignatura de perspectiva.
En el curso de 1880-1881 dejó los estudios para realizar sus primeros trabajos como artista. Trabajó como ayudante de Manuel Domínguez en la decoración de El Palacio de Linares y en la Basílica de San Francisco el Grande, los dos proyectos decorativos más importantes de Madrid durante las últimas décadas del siglo. Decoró el café de su protector con unas vidrieras de motivos florales y, tras conseguir una mención de honor en el certamen organizado por la Ilustración Artística y Americana con motivo del segundo centenario de la muerte de Calderón de la Barca, realizó sus primeras colaboraciones como ilustrador en la revista. Interesado por el devenir artístico, se movió dentro de los círculos culturales madrileños, y participó, como socio fundador, en la creación del Círculo de Bellas Artes de Madrid.
En 1884 obtuvo la pensión de número en la sección de pintura de historia en la Academia de Bellas Artes de Roma.
En 1873, ingresó en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid y dos años después, en 1875, ingresó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Durante los años de formación recibió instrucciones de Alejandro Ferrant, Federico Madrazo, Manuel Domínguez, y Pablo Gonzálvo. Fue un alumno aventajado, lo que le llevó a conseguir dos becas en la sección de pintura de historia y una plaza como profesor adjunto en la asignatura de perspectiva.
En el curso de 1880-1881 dejó los estudios para realizar sus primeros trabajos como artista. Trabajó como ayudante de Manuel Domínguez en la decoración de El Palacio de Linares y en la Basílica de San Francisco el Grande, los dos proyectos decorativos más importantes de Madrid durante las últimas décadas del siglo. Decoró el café de su protector con unas vidrieras de motivos florales y, tras conseguir una mención de honor en el certamen organizado por la Ilustración Artística y Americana con motivo del segundo centenario de la muerte de Calderón de la Barca, realizó sus primeras colaboraciones como ilustrador en la revista. Interesado por el devenir artístico, se movió dentro de los círculos culturales madrileños, y participó, como socio fundador, en la creación del Círculo de Bellas Artes de Madrid.
En 1884 obtuvo la pensión de número en la sección de pintura de historia en la Academia de Bellas Artes de Roma.
En su segundo año de pensionado envió “La ninfa Egeria” (Museo del Prado) y el tercer año, consiguió su primer triunfo. Envió a la Exposición Nacional de 1887 “La invasión de los bárbaros”, su último ejercicio como pensionado que le valió la primera medalla. Esto le situó como uno de los jóvenes con más proyección del panorama artístico español.
Un año después, durante el último curso de su pensión, viajó a París y participó en el Salón de los Campos Elíseos con “El rapto de Proserpina”, lo que provocó discrepancias dentro de la academia española. Tras finalizar sus estudios, solicitó la pensión de mérito para la Academia en Roma, que ésta recayó injustamente sobre Benlliure. Checa fijó entonces su mirada en París, que por aquellos años ya se había situado como el epicentro cultural europeo. En 1889 se estableció en la capital francesa y participó en la exposición universal de este año con el lienzo “En la iglesia”, que fue premiado con la tercera medalla.
Conoció a Matilde Chayé, mujer perteneciente a una familia acomodada de origen argentino, y en 1890 contrajo matrimonio. Checa cambió su residencia definitivamente y vivió entre París y Bagnères de Bigorre, pequeña localidad situada en los Altos Pirineos, donde la familia Chayé, muy apreciada dentro de la comunidad, tenía una residencia. Pero nunca olvidó sus orígenes, y regresó a España en diversas ocasiones para pasar temporadas de descanso y visitar a amigos y familiares en Colmenar de Oreja. Su espíritu inquieto y su posición económica le permitieron viajar por medio mundo y esto le convirtió en un artista de fama internacional.
En 1890 obtuvo su primer triunfo en los Salones de París. En los Campos Elíseos presentó su célebre “Carrera de carros romanos” y consiguió la tercera medalla. Tanto el público como la crítica alabaron esta obra. Su nombre se hizo popular dentro de los círculos artísticos y se ensalzó como uno de los pintores españoles más prometedores de cuantos trabajaban en la capital francesa. Un año después, el gobierno español le condecoró con la Orden de Carlos III.
Checa participó en numerosos salones y en muchos de ellos fue premiado. Al salón de París acudía anualmente. También a otros salones franceses, de menor repercusión, como Lyon, Montecarlo, Rouen, Angers, o Burdeos. Buscó la fama internacional, y envió obra a otros salones europeos como Bélgica, Alemania y España (Barcelona, y San Sebastián), a América, (Buenos Aires, Montevideo, Atlanta, Río de Janeiro) y África (Argel, Túnez). En pocos años se confirmó como uno de los pintores más influyentes del momento y en 1894 el gobierno francés le condecoró con la Legión de Honor. En 1895, realizó su primera exposición individual en Georges Petit donde presentó, con éxito, cerca de sesenta obras. También en este año participó como miembro del jurado de la comisión moderna en el certamen organizado con motivo del centenario de la litografía.
Un año después, durante el último curso de su pensión, viajó a París y participó en el Salón de los Campos Elíseos con “El rapto de Proserpina”, lo que provocó discrepancias dentro de la academia española. Tras finalizar sus estudios, solicitó la pensión de mérito para la Academia en Roma, que ésta recayó injustamente sobre Benlliure. Checa fijó entonces su mirada en París, que por aquellos años ya se había situado como el epicentro cultural europeo. En 1889 se estableció en la capital francesa y participó en la exposición universal de este año con el lienzo “En la iglesia”, que fue premiado con la tercera medalla.
Conoció a Matilde Chayé, mujer perteneciente a una familia acomodada de origen argentino, y en 1890 contrajo matrimonio. Checa cambió su residencia definitivamente y vivió entre París y Bagnères de Bigorre, pequeña localidad situada en los Altos Pirineos, donde la familia Chayé, muy apreciada dentro de la comunidad, tenía una residencia. Pero nunca olvidó sus orígenes, y regresó a España en diversas ocasiones para pasar temporadas de descanso y visitar a amigos y familiares en Colmenar de Oreja. Su espíritu inquieto y su posición económica le permitieron viajar por medio mundo y esto le convirtió en un artista de fama internacional.
En 1890 obtuvo su primer triunfo en los Salones de París. En los Campos Elíseos presentó su célebre “Carrera de carros romanos” y consiguió la tercera medalla. Tanto el público como la crítica alabaron esta obra. Su nombre se hizo popular dentro de los círculos artísticos y se ensalzó como uno de los pintores españoles más prometedores de cuantos trabajaban en la capital francesa. Un año después, el gobierno español le condecoró con la Orden de Carlos III.
Checa participó en numerosos salones y en muchos de ellos fue premiado. Al salón de París acudía anualmente. También a otros salones franceses, de menor repercusión, como Lyon, Montecarlo, Rouen, Angers, o Burdeos. Buscó la fama internacional, y envió obra a otros salones europeos como Bélgica, Alemania y España (Barcelona, y San Sebastián), a América, (Buenos Aires, Montevideo, Atlanta, Río de Janeiro) y África (Argel, Túnez). En pocos años se confirmó como uno de los pintores más influyentes del momento y en 1894 el gobierno francés le condecoró con la Legión de Honor. En 1895, realizó su primera exposición individual en Georges Petit donde presentó, con éxito, cerca de sesenta obras. También en este año participó como miembro del jurado de la comisión moderna en el certamen organizado con motivo del centenario de la litografía.
En 1897 se adentró en otras manifestaciones artísticas. En estas fechas recibió un encargo del sindicato de baños termales de Bagnères de Bigorre para realizar la publicidad de la localidad, algo que repetiría en dos ocasiones más. Se publicó “Le generalife” de Z. Astruc, su primer libro ilustrado. Durante los meses de verano viajó a Colmenar y aprovechando su estancia pintó dos murales en el presbiterio de la parroquia de Santa María la Mayor. En el muro de la izquierda representó “La anunciación” y en el de la derecha “La presentación de la Virgen”. Años después realizó un tercer mural donde representó un “San Cristóbal”.
El año 1900 fue muy importante para el pintor. Publicó su tratado de perspectiva, ganó una medalla de oro en la Exposición Universal de París, con “Los últimos días de Pompeya”, donde además participó junto a Cheret, Dinet y Grasset en la publicidad del pabellón de “Andalucía en tiempo de los moros” con una litografía, y decoró una pequeña cúpula del restaurante “Le train bleu” de la estación de tren de Lyon en París, construida con motivo de la exposición de 1900.
En 1901 se encargó de diseñar el vestuario de la representación teatral de Quo Vadis en París. En 1902, tras participar en la primera exposición de artistas españoles residentes en Francia en la Galería de Artistas Modernos, partió para América, y viajó por Argentina y Uruguay. Realizó este viaje para atender asuntos económicos de su mujer, pero, tras conocer el importante mercado artístico que allí se estaba desarrollando, prolongó su estancia varios meses. Expuso en las galerías más importantes de Azul, Buenos Aires y Montevideo y retrató a los personajes más influyentes del momento. En Montevideo conoció a Zorrilla de San Martín, quien le propuso ilustrar su libro “Tabaré” que vería la luz en 1904.
El año 1900 fue muy importante para el pintor. Publicó su tratado de perspectiva, ganó una medalla de oro en la Exposición Universal de París, con “Los últimos días de Pompeya”, donde además participó junto a Cheret, Dinet y Grasset en la publicidad del pabellón de “Andalucía en tiempo de los moros” con una litografía, y decoró una pequeña cúpula del restaurante “Le train bleu” de la estación de tren de Lyon en París, construida con motivo de la exposición de 1900.
En 1901 se encargó de diseñar el vestuario de la representación teatral de Quo Vadis en París. En 1902, tras participar en la primera exposición de artistas españoles residentes en Francia en la Galería de Artistas Modernos, partió para América, y viajó por Argentina y Uruguay. Realizó este viaje para atender asuntos económicos de su mujer, pero, tras conocer el importante mercado artístico que allí se estaba desarrollando, prolongó su estancia varios meses. Expuso en las galerías más importantes de Azul, Buenos Aires y Montevideo y retrató a los personajes más influyentes del momento. En Montevideo conoció a Zorrilla de San Martín, quien le propuso ilustrar su libro “Tabaré” que vería la luz en 1904.
Tras estallar la primera guerra mundial, ya enfermo, dejó París para instalarse en Bagnères de Bigorre. En poco tiempo se trasladó a la cercana localidad de Dax donde murió el 5 de Enero de 1916.
Por expreso deseo del pintor, sus restos mortales fueron trasladados a Colmenar de Oreja, donde fue sepultado el día 20 del mismo mes, en el cementerio de Las Canteras, donde descansan sus restos en el panteón de piedra caliza que lleva su nombre y que está coronado por el bronce de su busto, obra de su amigo Leopoldo Bernastamm.
El 13 de octubre de 1919 fueron trasladados a su panteón los restos de sus padres Felipe y Eustaquia. Y en 1968, el 14 de noviembre, sus hijos trajeron los restos de su mujer, que había fallecido en Bagnères el 21 de septiembre de 1945.